Camino de Santiago, etapa decimoquinta: de Frómista a Calzadilla de la Cueza


Hoy te espera una etapa de 20 km. hasta Carrión de los Condes. Si son los mismos condes del Cantar del Mío Cid, no es para decirlo muy alto. Tomas laa carretera hasta Población de Campos. La guía te invita a serpararte del recorrido para vistiar la ermita de San Miguel ,pero haces caso omiso y sigues recto.

Al salir de la localidad, decides seguir por la carretera en vez de seguir el camino, pasando por Revenga cuando apenas ha amanecido y llegando a Villarmentero, un conjunto de muy pocas casas, donde se vuelven a juntar los dos caminos. A partir de ahí, no tienes más que seguir la carretera hasta Carrión de los Condes, pasando antes por Villalcázar de Sirga, pero sin detenerte.

Camino, carretera hasta Villalcázar de Sirga, Palencia
Camino junto a la carretera hasta Villalcázar de Sirga, Palencia

Caminas a un paso rítmico y constante por la llanura castellana. Además de llano, los caminos son casi rectos entre las poblaciones: el trayecto más corto está garantizado. En cuanto al firme, está compuesto bien de tierra compacta, o bien de asfalto en algunos tramos. Y cada cruce está señalizado, por lo que puedes caminar con total seguridad.

Cuando atraviesas las murallas de Carrión, te das cuenta de que no son ni las 11 de la mañana. La mayoría de albergues abren en torno a las 12, así que aprovechas el tiempo para dar una vuelta por la población.

Plaza ayuntamiento Carrión de los Condes
Ayuntamiento de Carrión de los Condes

Entras a un bar, te sientas, y decides almorzar en condiciones mientras descansas y haces tiempo. Te pides un bocadillo que esperas ansioso y con hambre. Mientras tanto, revisas el plan de mañana. Te espera una etapa de 38 kilómetros seguida de otra de 18, así que planeas acortar la primera y alargar la segunda. Por la televisión, mientras tanto, un programa de cotilleo habla de Mayte Zaldívar, la mujer del alcalde de Marbella, Julián Muñoz; es la comidilla del verano para las marujas.

Comes el bocadillo y una ola de energía y optimismo te invade. Decides dejar de esperar al albergue y empernder la marcha hasta el siguiente albergue. El problema es que son más de 16 kilómetros y ya son más de las 11, pero estás tan convencido que sigues adelante.

Puente sobre el río, Carrión de los condes
Puente sobre el río Carrión

Cruzas el imponente puente sobre el río Carrión y te despides del monasterio de San Zoilo, un imponente conjunto con portada neoclásica que merecería una visita de no estar cerrado.

Fachada monasterio de San Zoilo, Carrión de los Condes, Palencia
Monasterio de San Zoilo a la salida de Carrión de los Condes

Pasa cerca de una hora hasta que llegas a los restos de la abadía de Benevívere, último entorno habitado (por algunas casas de campo, algunas con jardín, piscina y gente bañándose, lo cual te evoca una vida civilizada) hasta Calzadilla. El calor ya aprieta y tu entusiasmo ha desaparecido, pero llenas tu cantimplora y sigues adelante.

Meseta castellana, cerca de la abadía de Benevívere, Palencia
Meseta castellana, cerca de Benevívere

Hace tanto calor que no tardas en vaciar tu cantimplora, y tienes que candar los últimos 10 kilómetros sin una gota de agua. Sediento y agotado tras una etapa de 38 kilómetros, llegas a Calzadilla de la Cueza pasadas las tres de la tarde. No encontrarás sitio para comer, pero estás tan deshidratado que no tienes hambre.

A lo lejos, ves uno de esos camiones ambulantes que venden fruta de pueblo en pueblo. Vas hacia el con la esperanza de comprar una fruta jugosa que alivie tu sed y te de fuerzas, pero cuando estás llegando, el camión arranca. Con las pocas fuerzas que te quedan empiezas a correr detrás del camión; hay suerte, para en una esquina que no está muy lejos. Ésta vez, además, te han visto y esperan a que llegues.

Compras una sandía. Cuando pagas, la chica te dice que tendrías que salir más temprano para no pillar tanto calor.
—¿De dónde vienes?
«¡Vaya!», piensas «Tal vez debería haber preguntado ésto antes de comentar sobre si voy tarde o voy temprano».
— De Frómista
— ¡Oh!— exclama pensativa mirando a su compañero —Entonces sí que has madrugado
— Sí, a las 5 y media me levanto todos los días
— No tendrías que darte esas palizas, mira cómo estás
— Bueno, no lo hago todos los días, además es por el calor
— ¡Anda! Dale algunas peras de agua — Le dice su compañero
Quedas agradecido y te vas con tu sandía al albergue.

El albergue es una sala grande rodeada de literas. Tiene fuera una agradable terraza con mesas y sillas de plástico. Tomas posesión de una mesa y, con una pequeña navaja, intentas abrir la sandía. Todavía está fresca, pero armas un desaguisado importante al utilizar una hoja tan pequeña. Chorrea tanto líquido que dejas la mesa de plástico completamente encharcada de jugo. Conforme la vas despedazando, ofreces a los demás peregrinos.

Uno de ellos, pequeño y flaco, con la piel curtida por el sol, es de Almería pero vive en San Sebastián. Hizo una vez el camino acompañando a un amigo ciego, y ahora lo hacía a solas por primera vez. Viviendo aún en Almería, había trabajado en la recogida de fruta.
—La forma más rápida de enfriar una sandía es cortarla en dos y exponer la cara roja cortada a pleno sol.
—¿En serio?— Preguntas con bastante escepticismo
—Sí, en serio. La primera vez, yo tampoco lo creí, pero cuando lo probamos vi que era verdad.

En cualquier caso, ya es tarde para hacer la prueba, pues la sandía está en las últimas. Intentas limpiar la mesa, pero está tan encharcada que vuelcas el jugo de sandía sobre unas plantas... canibalismo vegetal.

Pasas el resto de la tarde leyendo. Como ávido lector que eres, cuando levantas la vista y ves a alguien más haciendo lo propio -leer-, sientes una inmensa curiosidad por conocer el nombre del título. Te fijas en el peregrino que tienes delante, parece un libro de... ¡no puede ser! es un libro de tu navarro profesor de filosofía, cuya familia te acogió tan bien al pasar por su pueblo. Le interrumpes para comentárselo y le confiesas que conoces al autor. Le está gustando el libro; lo compró a su paso por Pamplona por recomendación de la librería, pues buscaba un libro de un autor local.

Para cenar ,se ofrece a partir de las 7 y media un "menú del peregrino" a un precio algo más elevado de lo habitual en el único mesón de la localidad. La mantelería no es de papel y las mesas no son comunitarias; bien merece la pena pagar un poco más, piensas.

Cómodamente sentado en una mesa individual, el peregrino de Almería te llama y te invita a sentarte con él. Por no hacerle un feo accedes. Conforme van llegando otros peregrinos, les invita a unirse a la mesa. «Comer solo es muy triste» confiesa; no sabe que para ti comer solo es un placer y en ocasiones un lujo.

Tras la cena, aprovechas los últimos momentos de luz para fotografiar la singularidad del pequeño pueblo: su torre está separada no sólo del templo, sino también del núcleo urbano. Una buena ubicación para vigilar o avisar con el tañido de las campanas a todo el entorno.

Torre entre campos, Calzadilla de la Cueza
Torre fuera del pueblo, Calzadilla de la Cueza

Te acuestas temprano, pero no eres el primero. Al poco rato, empiezan los ronquidos. Pasan algunas horas hasta que, en un lapso de tiempo en que apenas hay gente silbando o emitiendo ruidos ensordecedores, acabas dormido. Ha sido un día duro, pero nada excita más tu cerebro que el rugido de una persona roncando; eres capaz de oírlo a kilómetros. Debe estar afectando a tu salud mental, pues sólo acentuados pensamientos homicidas hacia el roncador apaciguan tu ira con una malévola sonrisa en el rostro.

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