Camino de Santiago, etapa vigesimosegunda: de Foncebadón a Ponferrada



La puerta del albergue está abierta; aprovechando la calma, comes algo antes de salir y tomar una piedra; la más grande a tu alcance que puedas guardar en la mochila, para sumarla al montículo de la cruz de hierro. Afortunadamente, no está muy lejos: enseguida llegas.

Tras siglos de tradición, esperabas encontrarte un gigatesco montículo de roca; nada de eso, es un montón de piedras más bien modesto. Tal vez alguien se encargue de retirarlas periódicamente para no sepultar el tramo de camino que pasa junto al promontorio. No importa, sacas tu piedra de la mochila y la tiras lo más alto posible, en el montón. No te detienes a descansar, pues es temprano para hacer un descanso.

Cerca de las ruinas de Manjarín te detienes para hacer un alto en el camino. Cambias el carrete a tu cámara de fotos y aprovechas la presencia de una lanuda y cercana oveja para ajustarlo a su recorrido. Nunca sabes si estas primeras fotos saldrán bien o mal, así que acabas haciéndolas a lo primero que encuentras; con la consiguiente sorpresa al revelar el carrete.

Oveja pastando, Camino de Santiago, Riego de Ambrós
Oveja pastando junto al Camino
El siguiente descanso será cerca de Riego de Ambrós, una vez pasado el Alto de Iranzo. Los pueblos ya alargan su perfil adaptándose a la carretera, que transcurre casi paralela al camino. Por eso el camino se te hace cada vez más ameno, con tramos de campo cada vez más cortos. Encuentras la entrada a Molinaseca, último pueblo antes de Ponferrada, flanquada por el bello pórtico de un templo relativamente moderno (1705); es el santuario de Nuestra Señora de las Angustias. ¡Vaya nombre!, piensas.

Torre y fachada santuario de Nuestra Señora de las Angustias, Molinaseca
Nuetra Señora de las Angustias, Molinaseca

Desde la salida de Molinaseca hasta el puente que franquea el río Boeza distan apenas 10 kilómetros que recorres a buen ritmo. Llegas al albergue en torno a la una del mediodía, habiendo recorrido casi 27 kilómetros sin signos de demasiada fatiga. Te da tiempo a ducharte y llamar al peregrino ponferradino que conociste en Cizur menor, tal como quedasteis.

No podéis veros y comer juntos como habíais planeado, pues está trabajando y no le resulta posible; sin embargo, te recomienda un restaurante: Café la Obrera. Siguiendo sus indicaciones, enseguida llegas a un local amplio, con ribetes de época industrial, pero en extremo limpio y cuidado, Parece que lo regenta una familia. Encuentras el menú, para todos los públicos, más barato que los habituales "menús del peregrino" de los restaurantes del Camino; amén de mejor surtido, pues ofrece costillas de cordero. Te atiende una señora relativamente mayor, extremadamente cordial. Te ofrece -casi te insiste- la posibilidad de repetir si tienes hambre, pero declinas el amable ofrecimiento, consideras estaría fuera de lugar por tu parte.

Buscas un pañuelo en tu bolsillo cuando te sobreviene un escalofrío. No has palpado la cartera que debería estar ahí. Nervioso, vuelves a buscar por tus bolsillos: nada. Piensas que tal vez se ha quedado en el albergue, con tu mochila, pero más lógico sería que la hubieses perdido durante el camino; o que se hubiese quedado en Foncebadón...no, eso no, pues bien has pagado la inscripción en el albergue ¿o no?

De todas formas, más que el destino de tu cartera, lo que te preocupa es tener que dar explicaciones en el restaurante a la hora de pagar. Absorto en estos pensamientos te traen el postre. Lo agradeces, sin casi atreverte a mirar a la camarera. Se te ha cerrado el estómago, así que coges tu mochila, te levantas y, sin disimulo, buscas por todos los rincones para cerciorarte de la pérdida de tu cartera. Aparece en un bolsillo lateral; has debido dejarla allí mientras te duchabas. Ya tranquilo, puedes comer el postre relajadamente. Incluso tomar café.

De vuelta al albergue, te atiende una hospedera extranjera, pero con un español muy bueno, casi sin acento. Rubia y de mediana edad, su cara te resulta muy familiar. No ella, sino su cara; es decir, has visto antes esos mismos rasgos en otras personas, y los asocias a un recuerdo indefinido pero amigable.

El albergue de San Nicolás de Flue es un moderno edificio situado a las afueras, con un inmensio patio adyacente. En su interior, un gran salón a varias alturas, y grandes habitaciones. La impresión, tanto por la situación como por la distribución, es de un albergue limpio, organizado y ordenado. Utilizas la litera para echarte una pequeña siesta y reponer fuerzas. Cuando te despiernas, no te quedan ganas de visitar la ciudad ni el magnífico castillo templario, así que pasas el resto de la tarde leyendo.

En una de las alturas del salón, descubres un rincón solitario con una estantería, un sofá y luz para leer. En un momento dado, examinas los libros de la estantería: no hay mucho donde elegir. Tomas un viejo manual de la cruz roja, editado en torno a los años 70, sobre primeros auxilios. Lees el prólogo y la sección de protección contra la guerra NBQ (Nuclear, bacteriológica y química), esa parte del índice llama tu atención. Descubres que los protocolos a seguir en caso de ataque químico son distintos que en caso de ataque biológico. En el primer caso se deben enterrar las prendas de ropa expuestas,estando prohibido quemarlas; en el segundo caso deben quemarse, estando prohibido enterrarlas. Nunca lo habías pensado, pero tiene su lógica.

Hilando esta clase de pensamientos te sorprende la voz de la hospedera, ha venido a buscarte para decirte que en la iglesia -románica- aneja al albergue hacen una misa para los peregrinos; te invita a asistir, y accedes. Bien por ser sábado (víspera), bien por el empeño de los hospederos en darla a conocer, la presencia de peregrinos es mayor que en otras iglesias del camino.

Al terminar, cenáis todos juntos en el comedor del albergue. Es una cena animada; a diferencia de lo que ocurría al inicio del camino, a estas alturas la mayoría de peregrinos esperáis llegar a Santiago. En vez de dormir en tu litera, aprovechas el espacioso jardín para dormir al aire libre. No tardas en conciliar el sueño.


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